Alberto Adalid.
Introducción.
El presente trabajo surgió de las reflexiones que un grupo de colegas de la AMPAG (Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo) hemos compartido a lo largo de cuatro semanas. Había comenzado a leer y a tratar de entender los efectos psíquicos que la pandemia podría tener en todos nosotros desde hacía mas de tres meses, cuando la llegada del COVID-19 a América se volvió inminente. Sin embargo, fue la posibilidad de compartir las experiencias internas y externas con otras personas, lo que me permitió aclarar el proceso de lo que sentía, y quizás me había venido ocurriendo psíquicamente. Este es un esfuerzo por compartirlo.
La peste.
Hace más o menos cuatro semanas, cuando en México se decidió que la propagación del COVID-19 se combatiría con el encierro masivo, varias personas comenzaron a hablarme de un post que comenzó a circular en las redes sociales. Me parecía curioso que las personas que hablaban de dicho post, coincidían en sentir enojo y frustración debido a la exigencia que la leyenda les producía. Desconozco la frase con exactitud, pero alcanzo a recoger que enunciaba y proponía realizar una serie de actividades, las cuales, de no hacerlas, evidenciarían que el tiempo que pasamos aislados lo habríamos desperdiciado.
Esta demanda sumaba a la confusión provocada por la desinformación, el miedo por la invisibilidad del contagio, el desconocimiento frente a la enfermedad, las dificultades para adaptarse a una vida en reclusión, las exigencias laborales que iban en aumento, el miedo a perder el trabajo, así como a los mecanismos que las empresas comenzaban a implementar para poder medir el rendimiento de sus empleados en casa, entre otras cosas. La frase se convirtió en el detonante que permitía mirar hacia otro lado y reflexionar sobre la experiencia de lo que se estaba sucediendo: “apenas estoy tratando de asimilar todo esto y ahora están diciendo que además tengo que leer un libro y hacer no se que tantas cosas, no puedo con todo, necesito tiempo, necesito un respiro”.
El momento reflexivo llegó a su fin en pocos días para dar pie a una auto-exigencia desbordada. El tiempo que había sido destinado en un inicio para pasear al perro, cocinar, hacer ejercicio, bailar, tomar una siesta por la tarde, leer, descansar, trabajar y ver el atardecer en la azotea, se convirtió en una lucha sin fin por terminar las innumerables tareas autoimpuestas: “es que no rindo igual”, “tengo que exigirme mas”, “no siento que hago lo suficiente”, “no me alcanza el tiempo”, “se me va volando el día”. Comenzaron los insomnios, las mioquimias (pequeñas contracciones en el parpado inferior), las comidas rápidas frente a la computadora, la pasividad, el cansancio y la huida de la realidad. Mientras que las emociones se convertían en rituales fugaces, las defensas maniacas coartaban la posibilidad de integrar y asimilar en un proceso reflexivo lo que estaba sucediendo. El tiempo comenzó a ir tan rápido que obturó la posibilidad de metabolizar y transformar las experiencias subjetivas. El aburrimiento comenzaba en el mismo momento que se terminaban las actividades rutinarias: el tiempo comenzó a arrastrarse.
En la novela La Peste, Albert Camus describe las vicisitudes que una plaga trae a los habitantes de la ciudad de Oran, en Argelia. Las experiencias anteriores, las cuales recojo de distintas voces, parecieran ser vividas desde experiencias similares a las que Camus retrata:
“Así, pues, lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio. Y el cronista está persuadido de que puede escribir aquí en nombre de todo lo que él mismo experimentó entonces, puesto que lo experimentó al mismo tiempo que otros muchos de nuestros conciudadanos. Pues era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro de nosotros, aquella emoción precisa; el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, eran dos flechas abrasadoras en la memoria. […] Entonces comprendíamos que nuestra separación tenia que durar y que no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo. Entonces aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado, y si algunos tenían la tentación de vivir en el futuro, tenían que renunciar muy pronto, al menos, en la medida de lo posible, sufriendo finalmente las heridas que la imaginación inflige a los que se confían a ella.” (Camus, 1995, p. 30, cursivas mías).
Según la RAE, exilio, del latín exilium, significa la separación de una persona de la tierra en la que vive. Así, la dificultad que enuncia Camus, es la de poder conciliar el tiempo y el espacio una vez que las coordenadas ambientales han sido, no solo arrebatadas, sino convertidas en una amenaza. El ambiente que se habitaba hasta hacia unos días: calles, banquetas, parques, arboles, camellones, postes, luz solar, viento, etc., consistía de elementos comunes y compartidos que, por su naturaleza, permitían generar una experiencia intersubjetiva. Estos panoramas, ahora escindidos de la percepción humana, fueron convertidos en una experiencia de peligro de la que había que huir: lo que nos dotaba de referencias espacio-temporales fue convertido en una experiencia de amenaza. El tono de Camus nos permite ver también la pérdida del sentido de la vida frente a la experiencia de la exclusión social: reducidos al pasado, el deseo de encontrar un espacio de creación con miras al futuro se diluye. Pero además nos muestra dos experiencias de sufrimiento: uno psíquico y fenomenológico, por el distanciamiento y la pérdida del otro; el otro físico, por la experiencia de vacío y de dolor. Me parece importante destacar como este autor logra comprender, con gran claridad, la forma en la que la percepción del tiempo se ve distorsionada frente a una experiencia de alienación o reclusión. Pero también recoge una característica fundamental de la plaga: que es una experiencia compartida por la mayoría, incluido el cronista.
Veamos pausadamente.
Tenemos así tres elementos fundamentales: la percepción del tiempo, la exclusión social y el sufrimiento. Estudios científicos nos permiten entender que las personas, frente a una experiencia de rechazo o de exclusión social: 1) percibimos que el tiempo pasa muy lentamente: como cuando uno suele estar muy aburrido o la vida suele estar vacía (Twenge, J. M. et al, 2003); 2) nos enfocamos más en el presente y sentimos que es mas difícil pensar en el futuro (Ibidem); 3) sentimos que las acciones son lentas y escasas (Ibidem); 4) perdemos la capacidad de demorar la gratificación (Ibidem); 5) nos sentimos aletargados y pasivos (Ibidem); 6) evitamos el pensamiento significativo y la conciencia del si-mismo (Ibidem); 7) sentimos el dolor social y el dolor físico (corporal) a través de mecanismos comunes (MacDonald, et al. 2005); 8) experimentamos una reducción global de la vida como algo significativo (Stillman, T. F., et al, 2009).
Camus apuntaba con gran tino lo que 50 años después comprobarían los científicos. Su elocuencia nos deja ver la transformación de la que hablábamos al inicio: la de un proceso de lenta asimilación que dio lugar abruptamente a una serie de explosiones emocionales. Dice:
“La gente había aceptado primero el estar aislada del exterior como hubiera aceptado cualquier molestia temporal que no afectase más que a alguna de sus costumbres. Pero de pronto, conscientes de estar en una especie de secuestro, bajo la cobertera del cielo donde ya empezaba a retostarse el verano, sentían confusamente que esta reclusión amenazaba toda su vida y, cuando llegaba la noche, la energía que recordaban con la frescura de la atmósfera les llevaba a veces a cometer actos desesperados. Ante todo, fuese o no coincidencia, a partir de aquel domingo hubo en la ciudad una especie de pánico harto general y harto profundo como para poder suponer que nuestros conciudadanos empezaban verdaderamente a tener conciencia de su situación. Desde este punto de vista la atmósfera fue un poco modificada. Pero, en verdad, el cambio ¿estaba en la atmósfera o en los corazones? He aquí la cuestión. (Camus, 1995, p. 41, las cursivas son mías).
De pronto, una experiencia efervescente de incertidumbre amenazaría la vida: el proceso primario daría forma a los actos desesperados que ocurrían en la reclusión. El pánico paralizante obstruía la posibilidad de mentalizar: al otro y a uno mismo. La frescura de la atmósfera, el verano y el cielo, serian vividos desde el ambiente espeso del encierro.
La percepción del tiempo durante la posición depresiva.
“Una parte del trabajo del duelo, tal como lo señaló Freud en “Duelo y melancolía”, es el juicio de realidad.” Es así como inicia Melanie Klein su artículo “El duelo y su relación con los estados maniacodepresivos”. La autora continúa citando a Freud para hablar del lento y paulatino proceso que representa el sustraer los recuerdos y las esperanzas del objeto; así como para referirse a lo lógico y natural que resulta el “doloroso displacer” de estas pérdidas. El encuentro con la realidad, el tiempo y el dolor, serán los elementos en los que nos enfocaremos ahora.
La asociación que hace Klein es la de que “el niño pasa por estados mentales comparables al duelo del adulto y que son estos tempranos duelos los que se reviven posteriormente en la vida cuando se experimenta algo penoso.” (Klein, 2012, p. 347) Siendo así que el método mas importante para que el niño resuelva estos estados de duelo, al igual que en el adulto, como lo propuso Freud, es el juicio de realidad. Pero ¿qué es esta realidad a la que se refiere Klein?
El duelo que la niña experimenta de forma temprana, implica la pérdida del amor, la bondad y la seguridad que la madre provee (o quien lleva a cabo la función materna). La distancia que eventualmente la madre llega a tener con su bebé, producto de la relación con los otros hijos o con su pareja, así como con la posibilidad de que la bebé pase mas tiempo a solas, son una fuente de dolor para la pequeña. Emociones de frustración, tristeza, miedo y preocupación por la pérdida de lo bueno que la madre provee, es decir, la posición depresiva, es la fuente mas profunda de los conflictos dolorosos. Así, la realidad que incorpora la bebé a su mundo interno, es esta nueva realidad que viene del exterior en donde se ubica la pérdida. El amor, la bondad y la seguridad que la bebé había venido sintiendo en su interior, se confrontan ahora con la frustración, la tristeza y el miedo que ocurren en el exterior.
Es esta elaboración, es decir, una nueva forma de unificar los elementos positivos y negativos de la experiencia, lo que representa la posición depresiva: la unificación de una realidad interna con una realidad externa (el medio ambiente en general). Es un proceso de ida y vuelta entre lo que la bebé ve en el exterior y lo que siente y piensa en su interior, el que permite refutar o demostrar, por ejemplo, una posible concordancia con el amor interno y el amor externo. La posibilidad de enfrentar de forma satisfactoria lo negativo proveniente del exterior, deviene de qué tan bien amalgamados estén los elementos amorosos internos.
Nos dice Klein:
“El aumento de amor y confianza y la disminución de los temores a través de experiencias felices, ayuda al niño paso a paso a vencer su depresión y sentimiento de pérdida (duelo). Lo capacitan para probar su realidad interior por medio de la realidad externa. Al ser amado y a través de la alegría y comodidad que experimenta en la relación con el mundo, se fortalece su confianza en su propia bondad, así como en la de las personas que lo rodean, aumenta su esperanza de que los objetos buenos y su propio yo puedan salvarse y preservarse, y disminuye al mismo tiempo su ambivalencia y sus temores a la destrucción del mundo interno.” (Klein, 2012, p. 349).
Es fundamental señalar como, para Klein, el termino posición no alude a un proceso fijo en el desarrollo. Para ella, la noción de “posición” se contrapone a la de “etapa” que había prevalecido en la literatura psicoanalítica. Ella dirá que la posición depresiva puede regresar en momentos posteriores de la vida del ser humano, por ejemplo, en la edad adulta.
Me gustaría, antes de continuar, apuntar la actualidad de lo que estamos estudiando. A lo largo de nuestra vida hemos conformado una experiencia que encontraba cierta concordancia entre los procesos internos y externos. Esa lógica que conocíamos hasta antes del 23 de marzo del 2020, brindaba una experiencia de realidad, gracias a los procesos en que las experiencias positivas y negativas fueron unificándose en diferentes momentos. El tránsito por diferentes posiciones depresivas nos permitió constituir una prueba de realidad en la que la cotidianidad no era fundamentalmente amenazante. Sin embargo, de un momento a otro, el resquebrajamiento de la realidad nos confrontó con un ambiente, que, si bien no lo había hecho, ahora podía dañar nuestra salud. ¿Cómo podíamos lidiar con esta discordancia entre el ambiente internalizado y este nuevo ambiente exterior? Frente al abrupto anuncio de las autoridades y la falta de tiempo para llevar a cabo un proceso de unificación: ¿qué alternativas teníamos?
Debido a la naturaleza dolorosa que conlleva transitar la posición depresiva, existen maneras para tratar de evitar o desviar su curso:
“Cuando surge la posición depresiva, el yo está forzado a desarrollar (además de las defensas tempranas) métodos defensivos que se dirigen esencialmente contra el "penar" por el objeto amado. Esto es fundamental en la total organización del yo. Anteriormente denominé a algunos de estos métodos defensas maniacas o posición maniaca, debido a su relación con la psicosis maniaco-depresiva. Las fluctuaciones entre la posición depresiva y la maniaca son parte esencial del desarrollo normal. El yo está conducido por ansiedades depresivas (ansiedad por miedo a que tanto él como los objetos amados sean destruidos) a construir fantasías omnipotentes y violentas, en parte con el propósito de controlar y dominar los objetos "malos" peligrosos, y en parte para salvar y restaurar los objetos amados.” (Klein, 2012, p. 351)
Es característico de las defensas maniacas ser omnipotentes. La omnipotencia se basa en una negación parcial o total de la realidad psíquica. Al yo no estar dispuesto a renunciar a sus objetos internos buenos, a la vida, las relaciones, el trabajo, los ambientes etc., lo que sobreviene es una desmentida de su importancia, como si dijéramos: al fin que ni los quería tanto. Este desdén con el que ahora se enfrenta la importancia de los objetos, así como su desprecio, para Klein constituyen una característica especifica de la manía. Algo así como:
“Esto del coronavirus seguro no esta tan grave, igual ya veremos ¿no? Ya me hacían falta unas vacaciones, poder estar en casa, hacer las cosas que no hacia. Tengo varios libros ahí que no he podido leer, quiero empezar con eso. Ya habló mi jefe conmigo, me dijo que no me preocupe, que si voy a tener que trabajar, pero que vamos a ir viendo, espero hacer ejercicio y así. Igual el 20 de abril pues ya retomamos actividades, así que no hay tanta bronca.”
Como lo decíamos en un inicio, para transitar la posición depresiva de forma saludable satisfactoria, es necesaria la extensión de un proceso temporal: un proceso longitudinal en el tiempo. La asimilación de la realidad es un proceso paulatino que requiere ser metabolizado. La frustración, la tristeza y el miedo son parte inherente y normal de dicho proceso.
La inmediatez de la emoción y la longitud del sentimiento.
En la novena sección de su libro Psicopolítica, el filósofo Byung-Chul Han desarrolla con gran claridad lo que él considera la diferencia entre emoción y sentimiento. “El capitalismo de la emoción” señala la tendencia emotiva de la actualidad, en la que el hombre ha dejado de ser un ser racional y se ha convertido en un ser de emociones. Para este autor, la primacía de las emociones, responde a la relación fundamental que sostienen la emoción con el proceso económico. Señala de forma perseverante y crítica la manera en que hablamos indistintamente de emociones, sentimientos y afecto, en lo que él llama una confusión de conceptos. Nos dice:
“Tanto el afecto como la emoción representan algo meramente subjetivo, mientras que el sentimiento indica algo objetivo. El sentimiento permite una narración. Tiene una longitud y una anchura narrativa. Ni el afecto ni la emoción son narrables.” (Byung-Chul, 2019, p. 66).
La emoción, dice, es dinámica, situacional y performativa ya que remite a acciones: es fugaz y más breve que los sentimientos. “El capitalismo de la emoción explota precisamente estas cualidades. El sentimiento por el contrario no se deja explotar por carecer de performatividad.” (Ibid., p. 68).
La racionalidad se opone a la emocionalidad “que es subjetiva, situacional y volátil. Las emociones surgen con el cambio de los estados, con los cambios de percepción. La racionalidad, por el contrario, corre paralela a la duración, la constancia y la regularidad. Da preferencia a las relaciones estables. La economía neoliberal, que en pos del incremento de la producción permanentemente destruye continuidad y construye inestabilidad, impulsa la emocionalización del proceso productivo. Asimismo, la aceleración de la comunicación favorece su emocionalización, ya que la racionalidad es mas lenta que la emocionalidad. La racionalidad es, en cierto modo, sin velocidad. De ahí que el impulso acelerado lleve a la dictadura de la emoción.” (Ibid., p. 72).
Si bien es importante señalar la relevancia que la emociones tienen, tanto para estimular la compra de mercancías, como para generar necesidades, es fundamental retomar el valor que las emociones cobran en el ámbito empresarial. En la actualidad, el manager o director empresarial, cada vez se parece más a un entrenador motivacional. “La motivación esta ligada a la emoción. El movimiento las une. Las emociones positivas son el fermento para el incremento motivacional.” (Ibid., p. 74.)
La emocionalización recubre los intersticios de la cotidianidad. La recurrencia de los discursos en los que las emociones positivas instituyen un modelo de pensamiento, y de acción, rodean la experiencia humana. En una erosión constante, se aleja a las personas de los procesos de pensamiento lentos y reflexivos. No solo las empresas afianzan la experiencia laboral desde la satisfacción artificial que producen las emociones positivas, lo hacen también los medios virtuales y audiovisuales. Las redes sociales, plagadas de sonrisas y experiencias de “felicidad”, abruman la reflexión de lo negativo. Al no haber espacios comunes donde pensar la vulnerabilidad, la fragilidad, el miedo, la amenaza, la frustración, la tristeza y la rabia, se condena su expresión y se niega su escucha. La elaboración de estas experiencias no le sirve al neoliberalismo, porque es lenta, dolorosa y se extiende en el tiempo. El rendimiento laboral se vería entorpecido: “Godínez lo veo triste y frustrado, me imagino que ha de estar pasando por un momento difícil, tómese unos días con goce de sueldo para poder reflexionar y elaborar lo que le esta pasando. Regrese cuando se sienta mas aliviado.”
Las emociones “están reguladas por el sistema límbico, que también es la sede de los impulsos. Constituyen un nivel prerreflexivo, semiinconsciente, corporalmente instintivo de la acción, del que no se es consciente de forma expresa. La psicopolítica neoliberal se apodera de la emoción para influir en las acciones a este nivel prerreflexivo. Por medio de la emoción llega hasta lo profundo del individuo. Así, la emoción representa un medio muy eficiente para el control psicopolítico del individuo.” (Byung-Chul, 2019, p. 75).
Acostumbrados a perpetuar la primacía de las acciones y la performatividad por sobre los procesos reflexivos, el encierro se vuelve un medio de cultivo en donde: hacer, accionar, obligarse, actuar, son sinónimos de exigencia y rendimiento. Desarmados de tiempo y reflexión, con la dificultad para demorar la gratificación, aletargados y pasivos, evitando el pensamiento significativo y la conciencia de nosotros mismos, experimentando el dolor de la exclusión y los dolores físicos del encierro, experimentando una reducción global de la vida como algo significativo, recurrimos a la erupción emocional.
Para ser claros: la problemática no se encuentra en sentir las emociones negativas, sino en la forma de deshacerse de ellas a toda costa, cuanto antes, a través de la actuación y la performatividad. Este acto, mientras que cancela la posibilidad de estructurar un proceso reflexivo que transforme la emoción en sentimiento, acorta la percepción del tiempo y devuelve la gratificación inmediata a través de la acción. No hay narración ni longitud temporal: el tiempo se derrumba.
La actualidad se adapta y favorece los procesos emocionales. Si hay algo que le falta al neoliberalismo es tiempo, siempre tiene prisa: de maximizar sus ganancias, de incrementar el rendimiento, de evitar los procesos psíquicos integradores debido a su lentitud. La sociedad neoliberal apuntala la plusvalía con base en la explotación emocional del ser humano.
La destrucción del tiempo.
La destrucción del tiempo es una idea original de Kernberg que yo tomo de su artículo “The destruction of time in pathological narcisism”. Él desarrolla las características subjetivas del tiempo en referencia a una forma patológica de experimentarlo. Enfatiza las formas transfero-contratransferenciales en las que sobreviene una distorsión y un ataque a la temporalidad, tanto de la sesión analítica, como de la percepción del tiempo del analizado y del analista. Señala, por ejemplo, como frente a experiencias de depresión y negligencia de las características personales, sobreviene una reacción de superioridad y de expectativas de llegar a la cima sin el esfuerzo de un largo camino por delante. Es aquí cuando surge una sensación de destrucción del tiempo, ya que a través de ella se mantiene la experiencia de ser eternamente joven y prometedor, negando así la temporalidad asociada a un proceso de aprendizaje que evidenciaría una humillante sensación de no ser perfecto. (Kernberg, p. 307, la traducción es mía) Parafraseando a Kernberg:
El hecho de que el tiempo avanza, es finito, y puede ser desperdiciado y perdido, es una experiencia dolorosa.
La destrucción del tiempo, o de la percepción del tiempo, es una destrucción, es decir, pone en marcha un monto de agresión. La agresión hacia un objeto interno u externo que ha abolido la percepción objetiva del tiempo, evitando que un espacio temporal se llenara de significados y significancia, busca controlar la experiencia primitiva de indiferencia.
Si bien la experiencia de duelo y la tramitación de la posición depresiva, como lo decíamos anteriormente, implican el tránsito por un espacio temporal que se extiende longitudinalmente, la aseveración de su opuesto no es clara. Me parece que Klein omite este corolario obvio: si la posición depresiva conlleva el tránsito por un periodo de tiempo extendido, las defensas maniacas, que buscan modificar la experiencia dolorosa, obstruyen entonces esta temporalidad. De esta forma atacan y modifican la percepción del tiempo longitudinal a uno de inmediatez y acortamiento. Las defensas maniacas son también una defensa frente a la experiencia temporal.
La relevancia de este corolario es significativa para el momento que atravesamos. Me parece que permite dar entendimiento a las voces de padres y madres que han dicho que es demasiado: cuidar a los hijos, realizar los quehaceres domésticos, hacer la comida, apoyar las actividades académicas de los hijos, para además cumplir con un horario de trabajo y las exigencias cotidianas que este imponía antes del confinamiento. Darse el tiempo, tomar distancia, dejarse embeber en el proceso de lo que va sucediendo, sin apresuramientos, es una necesidad psíquica de asimilación indispensable. Tiempo: necesitamos tiempo para poder aprehender y unificar lo que nos sucede internamente de cara a la realidad externa que tiene tintes terroríficos.
Conclusiones.
Este es un escrito que busca enfatizar la necesidad del tiempo. Quizás sea el tiempo la variable mas importante para poder asimilar y unificar las experiencias internas y externas: los objetos internos y externos. Nuestra experiencia nos muestra como el psicoanálisis, la psicoterapia psicoanalítica, y psicoterapias en general, requieren de tiempo: son procesos lentos. Estudiamos cómo el acceso a la experiencia de una realidad objetiva conlleva la temporalidad asociada a la posición depresiva; y cómo las defensas maniacas buscan oponerse a esta percepción del tiempo resolutiva, ya que ella implica la experiencia del dolor y de las emociones negativas por una extensión de tiempo: lo que Freud llamo un lento y paulatino proceso.
La necesidad de realidad es inminente. Sin embargo, de cara a una realidad exterior que nos muestra enfermedad y muerte, las experiencias compartidas de vulnerabilidad, amenaza, frustración, miedo, tristeza y preocupación por la pérdida, nos confrontan a todos con el dolor que se extiende en el tiempo. La experiencia normal, como vimos, implica la destrucción del tiempo y la puesta en marcha de las defensas maniacas. Ahora podemos decir que la vivencia del tiempo que señalábamos al inicio: “es que no rindo igual”, “tengo que exigirme más”, “no siento que hago lo suficiente”, “no me alcanza el tiempo”, “se me va volando el día”, se debe a la puesta en marcha del mecanismo que busca destruir el proceso temporal. Los terapeutas estamos sometidos, de la misma manera, a la misma dinámica. Me parece que esto nos permite entender la experiencia de las sesiones on-line, las cuales parecerían ser demasiado largas y cansadas, e incluso nos han hecho pensar que lo mejor seria acortarlas. Sin embargo, es la destrucción del tiempo, común y compartida por el paciente y el terapeuta, la que me parece esta puesta en marcha. La realidad es terrorífica para ambos.
El neoliberalismo no tiene tiempo para que los procesos depresivos y la posición depresiva se lleven a cabo. Como decíamos, la elaboración que da paso a la narrativa de los sentimientos, conlleva justo este proceso que accede a la realidad unificada: este proceso es lento y paulatino. Amazon no tiene tiempo para detenerse y velar por la salud mental de sus empleados, esto implicaría reducir el rendimiento y dejar de maximizar las ganancias. Su respuesta frente a esta demanda: el despido inmediato de aquel que atente contra la plusvalía. Disney cancelaría el sueldo de 100,000 empleados, pero mantendría los bonos ejecutivos con un valor de 1.5 billones de dólares. ¿Es posible asimilar un proceso depresivo de la magnitud que vivimos hoy en día cuando no se tienen los recurso para sobrevivir? No.
Los estudios científicos acerca de la reclusión y el encierro nos informan de la dificultad extra que ahora vivimos. No solo tenemos que hacer frente a la integración de la realidad, sino que tenemos que hacerlo desde la exclusión. Para adentrarnos en la realidad compartida de lo interior y lo exterior es necesaria la información. Quizás sea eso lo que Bion sugería en el primer capitulo de “Transformations”:
“Para mi presente propósito es útil considerar las teorías psicoanalíticas como pertenecientes a la categoría de grupos de transformaciones, una técnica análoga a la de un pintor, por la cual los hechos de una experiencia analítica (la realización) se transforman en una interpretación (la representación).” (Bion, 1965, p. 4)
Al día de hoy, 22 de abril del 2020, el coronavirus ha generado 179,778 muertes y más de dos millones y medio de casos confirmados. Pandemia significa de todo el pueblo, del griego pan, todo, y démos, pueblo. El COVID-19 nos atraviesa y ubica en una experiencia común y compartida. Sabemos que sentimos cosas parecidas, sin embargo, de cara al confinamiento y la incapacidad para reconocerlas, la distancia entre unos y otros se incrementa. Distanciamiento físico y distanciamiento emocional son cosas diferentes. El primero es indispensable cumplirlo, el segundo es indispensable romperlo. Me parece que podremos asimilar el proceso juntos, siempre y cuando esta asimilación surja de una realidad objetiva y compartida. Sabemos que necesitamos tiempo: para integrar y unificar, para compartir y acercarnos emocionalmente.
Lo que Camus nos muestra es como, una vez que las puertas de las ciudades se abran, y las cosas regresen a una aparente normalidad, los procesos que hemos atravesado seguirán latentes. El no olvidarlos dependerá de si toleramos o no la pena de enfrentarlos: las fallas en los sistemas de salud pública, la inviabilidad del sistema neoliberal para favorecer la salud del ser humano, las diferencias exageradas en las clases sociales, la ineficacia de los gobiernos para anticipar y proveer un estado de bienestar, la capacidad de las personas para asociarnos y buscar soluciones, los mecanismos comunes para hacernos sentir mejor y encontrar consuelo en tiempos difíciles, la capacidad que hemos tenido para observar lo que es verdaderamente importante una vez que las gratificaciones inmediatas son borradas de la ecuación, la importancia de los amigos, la familia y el bienestar común, entre muchas otras cosas.
Bibliografía
Bion, W.R. (1965). Transformations: Change from learning to growth. William Heineman Medical Books Limited. London.
Byung-Chul Han. (2019). Psicopolítica. Herder. España.
Camus, Albert. (1995). La peste. Editorial Sur. España.
Hinshelwood, R. D. (1992). Diccionario del pensamiento Kleiniano. Amorrortu. Buenos Aires.
Kernberg, Otto, F. (2008). The destruction of time in pathological narcisism. The International Journal of Psychoanalysis 89(2):299-312 · May 2008. 10.1111/j.1745-8315.2008.00023.x ·
Klein, Melanie. (2012). Amor, culpa y reparación. Paidos. México.
Lander, Rómulo. (1979). Melanie Klein: Reflexiones sobre su vida y su obra. Ateneo de Caracas. Caracas.
MacDonald, G., & Leary, M. R. (2005). Why Does Social Exclusion Hurt? The Relationship Between Social and Physical Pain. Psychological Bulletin, 131(2), 202–223. doi: 10.1037/0033-2909.131.2.202
Stillman, T. F., Baumeister, R. F., Lambert, N. M., Crescioni, A. W., DeWall, C. N., & Fincham, F. D. (2009). Alone and without purpose: Life loses meaning following social exclusion. Journal of Experimental Social Psychology, 45(4), 686–694. doi: 10.1016/j.jesp.2009.03.007
Twenge, J. M., Catanese, K. R., & Baumeister, R. F. (2003). Social Exclusion and the Deconstructed State: Time Perception, Meaninglessness, Lethargy, Lack of Emotion, and Self-Awareness. Journal of Personality and Social Psychology, 85(3), 409–423. doi: 10.1037/0022-3514.85.3.409
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